El enfermo


 
Desde la ventana de su celda, observa cómo los niños-araña juegan y se enredan con sus ocho patas. Emiten sonidos agudos, lejos de los gritos humanos. Uno intenta asfixiar a otro con la seda. Casi podría asegurar que están ciegos, pues en sus ojos no hay pupilas. Recuerda que, no hace mucho, no existían. Aparecieron a partir de la vacuna. Al principio, todo el mundo estaba horrorizado por su monstruosidad. Luego, no recuerda exactamente cuando, el horror mutó en admiración. Las madres mostraban con orgullo a sus retoños convertidos en héroes nacionales por haber contribuido a erradicar la enfermedad. Fue un heroico pinchazo el que los transformó en arácnidos. Hoy, pertenecen a los seres sagrados. Incapaces de reproducirse, su existencia sólo es posible con las campañas de vacunación a menores de tres años. Todo el mundo desea tener un niño-araña.

Lo cierto es que la enfermedad sigue activa, pero ya nadie habla de ella. Encerrado, relee la carta del Ministerio de Salud. En ella, le informan que ha sido denunciado por nueve ciudadanos como contagiador. Debe comparecer al Centro de Detección para demostrar su inocencia. Da la vuelta a la carta. El papel cruje. Entonces, en su muñeca, el chip se ilumina de rojo. Esta mañana estaba verde, como los árboles del parque donde corretean los niños-araña. Sin embargo, ahora es rojo como la sangre fresca que ofreció para demostrar su inocencia, pero que solo reafirmó su culpabilidad. Tres años por ciudadano contagiado. Veintisiete años. Si tuviera un niño-araña, tal vez, la condena se reduciría a la mitad. Pero es estéril, como lo son los niños-araña, solo que con apariencia demasiado humana.

Vuelve a mirar la carta. ¿Por qué le han permitido quedarsela?  Piensa que quizá pueda salir antes. En estos veintisiete años que le esperan, deberá aislarse y expulsar la enfermedad. Para ello, tienen nuevas vacunas. Seguro que alguna contribuirá a erradicar definitivamente la enfermedad y, con ello, la ciencia progresará. Si tiene la suerte de ser el afortunado que le toque la vacuna buena, tal vez, lo amnistíen, se convierta en un héroe y todo el mundo lo aplauda desde sus balcones.