Las tetas de la abogada

Me cuentan que una abogada de no mucho renombre quiere operarse las tetas. Dicen que lo dice con una sonrisa en los labios. Añade que su novio, un medico con el mismo renombre, entrará en quirófano para decidir la cantidad de silicona que le endiñarán a cada mama. Dicen que esta muy emocionada y que ya se imagina después de la operación. «¿Sabes que es lo primero que quiero hacer cuando las tenga? Una cubana a mi novio», y sacude sus pelos oxigenados de la emoción. La abogada lo deja claro, sus pechos serán a la medida de su novio, que según ella dice la quiere mucho y le escribe cursis sms de amor, «Cuando cierro los ojos oigo latir tu corazón.». Ella los enseña con orgullo. Ven que felices que somos, gritan sus gestos.

Pero ningún sms me convence de la sintomática carnicería. Ella, una mujer con estudios, de una posición social respetable y económicamente independiente, se someterá a una intervención quirúrgica, con las molestias y el riesgo que eso conlleva, por unos pechos nuevos que, según sus expectativas futuras, harán más feliz su relación con su actual pareja. Todos los mecanismos que supuestamente hacen más libre al individuo, no logran liberarlo a nivel sentimental. Ella sigue siendo dependiente emocionalmente. La historia de la abogada confirma mis sospechas. En el fondo, la percepción que tenemos de nosotros siempre es en relación a la que tienen los demás de nosotros. Somos seres intersubjetivos, nuestra imagen se construye en comunidad, reconociéndonos, pero también esperando que los demás nos reconozcan.

El caso de la abogada con complejo de pechos pequeños, ella se gusta en tanto gusta a los demás, concretamente a su novio. Lo que no acabo de entender es su esfuerzo por convencer de que todo va bien, que su relación esta controlada. ¿Qué necesidad hay de tener unos pechos nuevos cuando te quieren en presente? Probablemente el machacón que revistan la muestra de los sms que pasa rápidamente y que con avidez los va leyendo es causado por una, más que justificada, inseguridad. Lo sabe, es un síntoma, pero será una muñeca en el momento en que traspase el umbral de los pasillos verdes del hospital. Una muñeca al gusto del consumidor. A ella no la quieren ahora tal como es, la quieren mejorar. En un futuro, con unas cicatrices de más, la querrán más. A la vez, supone ella, se gustará más. Entonces, una vez sus pechos sean abierto de par en par, podrá oír mejor los latidos de su corazón.